Descargar nuestros pensamientos a una computadora es ciencia ficción – pero los filósofos de la Ilustración se adelantaron a esta idea

  •  Henry-James Meiring
  •  23 / 05 / 2021
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El transhumanismo moderno es la creencia de que, en el futuro, la ciencia y la tecnología nos permitirán trascender nuestros confines corporales. Los avances científicos transformarán a los seres humanos y, en el proceso, eliminarán el envejecimiento, las enfermedades, el sufrimiento innecesario, y nuestro estado terrenal.

Las representaciones artísticas de humanos cargando sus mentes a dispositivos cibernéticos o existiendo independientemente de sus cuerpos abundan.

En Altered Carbon (2018-2020) se nos presenta un futuro donde la conciencia humana puede ser descargada en dispositivos llamados “pilas corticales”. Esta tecnología reduce los cuerpos físicos a vehículos temporales o “fundas” para estos dispositivos de almacenamiento que se implantan y se intercambian entre varios cuerpos.

Matrix (1999, 2003) representa a los humanos viviendo en un simulador digital mientras sus cuerpos permanecen inactivos en cápsulas llenas de líquido. El artista Stelarc explora nuestro futuro transhumano en creaciones “monstruosas” que examinan los límites entre humanos y máquinas.

Pero estas especulaciones no se limitan al arte y la ciencia ficción.

El intelectual Sam Harris y el renombrado físico David Deutsch imaginan un futuro en el que seremos capaces de descargar estados de conciencia y vivir en simulaciones virtuales como matrix. El historiador Yuval Noah Harari sugiere que, en un futuro no muy lejano, estos avances tecnológicos nos transformarán en nuevas especies inmortales divinas.

Algunos pensadores, como el filósofo Nick Bostrom, creen que ya podríamos estar viviendo en una simulación por computadora. Elon Musk está desarrollando interfaces cerebro-máquina para conectar a los humanos a computadoras.

Estas imaginaciones de nuestro futuro transhumanista adoptan muchas formas diversas, pero comparten la idea de que la ciencia nos permitirá liberar nuestras mentes de las limitaciones corporales.

Pero estas ideas no son modernas. De hecho, el deseo de trascender nuestra naturaleza es una continuación del ideal de la Ilustración de la perfectibilidad humana: las ideas actuales de transhumanismo pueden directamente remontarse a dos pensadores del siglo XVIII.

Marqués de Condorcet: la vida no tendrá “límite asignable”

El Marqués de Condorcet (1743-1794) fue un revolucionario francés que creía que la ciencia produciría un progreso sin precedentes.

Condorcet fue un matemático que pretendía aplicar un modelo científico a las dimensiones sociales y políticas de la sociedad. Pensó que la mejora en la educación produciría más conocimiento, lo que a su vez mejoraría aún más la educación – creando un espiral de progreso cada vez más ascendente.

Su discurso de recepción en la Academia Francesa en 1782, capturó el espíritu optimista de la época. El declaró: “la mente humana parecerá crecer y sus límites retroceder” con el avance de la ciencia.

En Bosquejo de un Cuadro Histórico (1975) escribió:

¿Sería incluso absurdo suponer […] un día llegará un período en el que la muerte no será más que el efecto de accidentes extraordinarios, o del fluir y decadencia gradual de los poderes vitales; y que la duración del espacio medio, del intervalo entre el nacimiento del hombre y esta decadencia, no tendrá límite asignable?

Condorcet imaginó que la ciencia llevaría a los humanos a trascender sus cuerpos y, en el proceso, a alcanzar la inmortalidad.

William Godwin: la extinción de la angustia, y la pasión

El pensador de la Ilustración William Godwin (1756-1836) estaba convencido de que la ciencia llevaría a la perfectibilidad humana. Godwin fue un político radical cuyas simpatías estaban con los revolucionarios franceses contemporáneos como Condorcet. Creía que una expansión en el conocimiento conduciría a mejoras en nuestra comprensión y, por lo tanto, aumentaría nuestro control sobre la materia.

Godwin delinea esta visión en su libro Investigación sobre la Justicia Política y su Influencia en la Moral y la Felicidad (1793).

Escribió que las pasiones y deseos humanos se extinguirían junto con la enfermedad, la angustia, la melancolía y el resentimiento. Este era un futuro en donde las personas que ya no tenían relaciones sexuales ni se reproducían. En cambio, la Tierra estaría poblada por humanos incorpóreos que han alcanzado la inmortalidad.

“No habrá guerra”, escribió Godwin, “sin crímenes, ni administración de la justicia como se le llama, y sin gobierno”. El progreso científico para Godwin no solo significaba que nos libraríamos de las dolencias que plagan al cuerpo físico, sino también de las que afectan a la sociedad.

Para Godwin, como para Condorcet, la perfectibilidad humana era ilimitada y, más importante, realizable.

La hija de Godwin, Mary Shelley, pasó a escribir una de las primeras obras literarias en representar el transhumanismo, Frankenstein (1818). Su visión de un futuro científico era mucho menos optimista.

¿Ciencia real o ciencia ficción?

Godwin y Condorcet imaginaron a los humanos progresando hacia la armonía perfecta, trascendiendo la existencia corporal y logrando la inmortalidad sin deseos ni sufrimiento. Como sus descendientes transhumanistas modernos, ellos creyeron que estas transiciones radicales ocurrirían en sus propias vidas. Los críticos pensaron que su trabajo era fantástico; más ficción que realidad. Como sabemos ahora, los críticos tenían razón: ni las extraordinarias visiones de Godwin ni de Condorcet se realizaron. Han pasado más de 200 años, y aún estamos esperando que la ciencia nos libere de nuestros cuerpos.

Esto no parece disuadir a los apostadores transhumanistas. ¿Nos convertiremos en los inmortales dioses humanos-máquina, como predice Yuval Noah Harai? ¿O seguiremos aún, en el siglo XXIII, esperando trascender nuestra humanidad carnal? Sólo el tiempo dirá. Pero, para aquellos de nosotros que preferimos aferrarnos a nuestros cuerpos por un tiempo más, el destino incierto de las visiones de Godwin y Condorcet debería ser una buena noticia.

Traducción al español por Mariano Ruano.




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